viernes, 2 de abril de 2010

Entre Charcos De Sangre

Empezaba un nuevo día y ya estaba preparándome para marcharme. Miré el reloj, y eran las seis y media de la mañana. Desayuné un par de tostadas y un café, y me dirigí hacia la puerta. Entré en el coche y seguí la misma ruta del día a día. El sol ya empezaba a salir, y consiguieron entrar un par de rayos por la luna delantera de mi coche. Seguí en dirección al aparcamiento privado de la comisaría, cuando me dí cuenta de que allí ya me estaba esperando mi compañero con una carpeta en la mano. Bajé del coche y apenas me dio tiempo a saludarle, cuando, me empezó a explicar un nuevo caso lleno de riesgos. Pero así era mi trabajo. Lo tenía todo: Delincuentes, prostitutas, drogas, mafiosos, terroristas luchando por sus ideales, suicidios, muertes y más muertes. Aunque de vez en cuando también existían cosas gratas, pero en menor medida. Os estaréis preguntado que, si yo sabía todo esto, entonces, porque demonios me metí en este mundillo. Pues muy sencillo. Siempre me ha gustado que los que ganen sean los buenos, la libertad y que no haya tanta injusticia en esta vida.
Aunque sé muy bien que no voy a cambiar el mundo, al menos, sé, que soy una buena persona.
Con toda la mierda que me ha tocado vivir, me he dado cuenta de una cosa muy sencilla. Lo realmente difícil es ser buena persona puesto que todos podemos ser malos, ya que es muy fácil, está al alcance de todos.
Entré en la comisaría con mi compañero dispuesto a cambiarme y empezar el caso lo más pronto posible. Fui a mi vestuario, y me empecé a vestir. Primero, la camisa, después el pantalón y por último la chaqueta. Me puse el cinturón, en el cual se encontraba la pistola reglamentaria con su munición, y un par de guantes que nunca vienen mal para cachear a los sospechosos. Después de vestirme, fuimos directos hacia el coche patrulla, ya que el caso trataba sobre unos narcotraficantes de etnia rumana y éramos nosotros los que teníamos que ir a joderles el negocio. Nuestro jefe, nos había dejado planos del edificio, información sobre los tres cabecillas del grupo y sus antecedentes penales, que, como ya os podéis imaginar, cada uno de ellos, era toda una jollita. El caso trataba de que, dos de ellos, iban a quedar en un piso para reunir mercancía y dinero. La cosa era fácil. Ir, enseñar la orden de registro y avisar a los agentes del servicio especial para detener a esta gente sin riesgo. Aunque realmente, el riesgo ya existía por sí mismo y, lo peor de todo, es que nos iba a costar muy caro.
Seguimos la ruta que pusimos previamente en el GPS y allí, nos íbamos a enfrentar con nuestro destino. Llegamos y nos preparamos bien, sabíamos perfectamente que no estábamos jugando a un juego de niños. En cuanto aparcamos y nos preparamos para la acción inmediata, avisamos por radio a la central, donde, inmediatamente, mandaron llamar al servicio especial para que, cuando diésemos la orden, apareciesen por allí. El furgón del servicio especial, se encontraba unas calles más abajo para mayor seguridad.
El lugar estaba medio desértico puesto que era una zona de chalets grandes cerca de un polígono.
Yo, ya llevaba tiempo trabajando con mi compañero y nos llevábamos estupendamente. Él, era apuesto, valiente, buena persona y estaba hecho todo un profesional, pero, realmente, cuando estás en situaciones irreversibles, de nada sirve esto último.
Llamamos a la puerta un par de veces, y, al final, nos acabó abriendo uno de los cabecillas citados en esta bonita fiesta. Le enseñamos la placa y la orden, e inmediatamente, saco una pistola que llevaba escondida debajo de su ropa en la espalda. Nos vimos sorprendidos y no nos dio tiempo a actuar. Nos invitó a entrar y, junto a su compañero, que ya tenia el arma preparado, nos obligó a que les entregásemos nuestras armas. Nosotros, como era de esperar, nos sometimos sumisos y bajamos poco a poco las armas al suelo, pero entonces, algo inesperado ocurrió.
Nuestra posición era la siguiente: Mi compañero y yo, estábamos enfrente de aquellos dos tipos mientras ellos nos apuntaban con sus armas a la cabeza. Mi compañero, tuvo un error, no sé si porque se vio demasiado confiado, o, porque creyó, que no podía ser peor la situación en la que nos encontrábamos. El caso es que, al bajar el arma, hizo un amago y disparó a uno de ellos en el hombro, haciendo que su herida le hiciese tirar el arma.
Pero seguramente, mi compañero no se había dado cuenta de que yo, ya había posado el arma en el suelo y estaba indefenso completamente. El segundo cabecilla, no se lo pensó dos veces y disparó a mi compañero en la mano, haciendo que el también soltase el arma. Rápidamente, le cogió del cuello y lo tomó como rehén.
Se chillaron un par de cosas en su idioma y acto seguido, el que estaba herido, cogió una silla y me obligó a sentarme en ella. Después, me ataron completamente y me pusieron de cara a mi compañero, que estaba de pie ante mí. Yo, no podía hacer nada, era un muñeco a manos de su dueño. De repente, el narcotraficante que tenia cogido a mi compañero del cuello, le soltó y le hizo dar unos pasos hacia delante. Sin explicación alguna, le puso la pistola en la cabeza. Él me miró a los ojos, y sentí en su mirada un miedo increíblemente grande y con eso, ya me lo dijo todo. Después, cerro los ojos con todas sus fuerzas y se le escaparon unas cuantas lágrimas que le recorrían todo su rostro.
Cada vez que lo recuerdo, pienso que en qué estaría pensando mi compañero cuando estaba sintiendo un frío metal apoyado en su cabeza y esperando la muerte con todos sus recuerdos y sentimientos recorriéndole por toda su mente. En un acto de impotencia, mi compañero, intento mirar hacia atrás, cuando sin haber pasado ni un segundo, salió un proyectil del cañón del frío arma con muy poco recorrido, que acabó atravesándole la parte trasera de su cabeza hasta salir por su frente, perdiéndose en algún sitio de aquel maldito lugar. Me salpicaron unas gotas de sangre, y mi rostro cambió completamente. Sentí en todo mi cuerpo algo extremadamente fuerte y me derrumbé por un instante. Me estremecí enormemente, cuando vi, que el cuerpo de mi compañero sin vida alguna se derrumbaba en su propia losa. Empecé a llorar desconsoladamente entre una gran rabia y el dolor de ver lo que acababa de ocurrir, mientras los desgraciado traficantes se reian a carcajada pura de mí. Pero lo iban a pagar muy caro.
En ese mismo instante, vi volar dos granadas de humo, rompiendo los cristales de dos ventanas diferentes, y dirijiendose hacia donde nos encontrábamos los cuatro. Al imaginar lo que pasaba, y al no poder taparme con mis manos, agaché la cabeza y cerré los ojos con mucha fuerza, pero aún así no pude evitar que me siguieran llorando los ojos.
En un intento desesperado, los dos desgraciados, intentaron escapar por algún lugar, pero, los del servicio especial, empezaron a aparecer por todos los sitios. Volvieron al lugar en donde me encontraba atado, e intentaron quitarme la vida, pero antes de que se dieran cuenta, se encontraron muertos cosidos a balazos. Yo, estaba destrozado y con la moral muy baja. En cuanto me vieron, no tardaron en acudir a mi ayuda y desatarme. También vieron al compañero en el suelo, y llamaron a una ambulancia rápidamente, aunque, lo que ellos no sabían, era, que la ambulancia solo serviría para llevarse el cuerpo inerte envuelto en la capa plateada que usan los sanitarios cuando alguien muere.
No es necesario resaltar, que todo esto me marcó para el resto de mi vida.
Yo, después de este gran palo, me retiré de la policía, y empecé a escribir todo lo que sentía, todo lo que se me ocurría, y todo lo que podría ayudar a la demás gente. Esto, es solo una pequeña parte de mi historia...

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